miércoles, 7 de diciembre de 2016

INCENDIO...




De los restos de aquel infernal incendio invernal tan solo pude salvarle a él...
Le miré como si hubiera visto una aparición, como si mis ojos jamás hubiesen topado con una imagen parecida.

Le miré, entre un humo aún espeso y cenizas alrededor, caliente, como si fuera posible que algo estuviese vivo en su interior.
Mis dedos acariciaron su suave y gastado roble, duro y al mismo tiempo noble, grabado con las marcas del tiempo en cada astilla.

Sentí crujir cada articulación mientras le cantaba, tomando como música de fondo el viento, que se colaba silbando entre los restos.
Quise acunarle..., pero al tomar su cabeza para levantarle el rostro, noté un duro roce en mi piel.

Toda mi vida había girado en torno a él, entre telas, agujas y dedales, entre encajes y blonda, con el pedaleo incesante de la máquina de coser y la cinta de medir alrededor de su cuello.

Él, me había acompañado en mi crecer, mientras me iba haciendo mujer entre costuras. Siempre estuvo mudo, pero no sordo y su ceguera nunca fue tal.

Me abracé a él, como quien se agarra a su tabla de salvación en el mar, en plena tempestad y mis lágrimas empezaron a brotar sin remedio.
Mientras le empapaba de llanto, su cuerpo se fue haciendo a cada momento más tierno, más blando... y sus dedos y sus brazos se cubrieron de fina piel.
Le besé con todo el amor del mundo y le envolví en sentimiento, mientras sentía su pecho contra mi pecho y el latir de los dos corazones se convirtió en un galope, al repique de las campanas de la vieja torre del pueblo en plena noche y nuestros cuerpos se fundieron en uno solo.

Airam E. M.

(Imagen de la red)